Erase una vez… mi vida

Erase una vez, una mujer y un hombre… ella y yo.

Ella, una mujer de mediana estatura, su cuerpo ni delgado ni ostentoso. De nada carecía y en nada se excedía. A sus 38 años de edad, sus manos ya no eran como la tersa piel de una joven de 20; aun así, me llamaba mucho la atención, cuánta experiencia, cuánto trabajo de vida había reflejándose en la firmeza de sus manos. Por mi parte, en ese momento tenía solo 21 años de vida, en este disfraz humano. Las mías, siendo mas fuertes que las suyas, no alcanzaban a cubrir su experiencia. Mis manos siempre fueron más rugosas. Solíamos estar horas solo charlando; de sus conocimientos, de los míos; sin embargo lo que yo ya tenia absorbido en libros ella, lo aclaraba en experiencias. Al principio era solo alguien más en el mundo, una persona que si hubiese chocado con ella en la calle, le hubiese pedido disculpas por mi torpeza (La cual ha sido muy característica desde mi infancia) y luego seguido mi camino sin haberla mirado. Empero, su alma fue el primer ser en este mundo que logró abrir los ojos de mi alma. Así aprendí el verdadero amor a primera vista.

A medida que nos íbamos conociendo mejor, en cada charla, su beldad se iba develando a mis simples ojos. Era como ver nacer, un ser extraordinario, su alma brotando por los poros de su piel. Su piel, esa endeble tela que la cubría, era entonces una magnifica perfección en todo su esplendor.

A mis ojos ya no era una simple mujer… toda una dama ante mi presencia. Me sentía agraciado por cada instante, en su cercanía. Su sonrisa, dibujada en la silueta de sus labios, la caricia de su mirada sobre mis ojos. Esa dulzura tan única de madre… ese esencia tan única de mujer.

Ella, una mujer, esperando ser amada. Y yo, un hombre buscándola para amarla. Nunca antes había, realmente, comprendido lo que era elegir… hasta que aprendí a elegir amarla.

Un hombre busca en vida aquello que le fue negado o arrebatado en su infancia.

Pasó un año más desde que comenzaron esas charlas tan amistosas. Era un sábado por la noche. Ella, al igual que yo, no acostumbrábamos a salir a los lugares nocturnos del fin de semana. Su hija, ya había partido con amigas al centro nocturno. Desde ese tiempo de solo charlas, en ningún momento la deje sola. Nuestras charlas nunca atentaron a nada más que una simple amistad. Sin embargo, esa noche llego.

Yo, había trabajado todo el día y aun no cenaba. El hambre me hacia retorcer. Aun así no quería dejar de estar a su lado, ni siquiera para ir a cenar a mi apartamento. Mi estomago, poco le importó mis sentimientos, no se resistió y me delató. Comenzó a crujir. Cuando ella lo notó, me ofreció la idea de cocinar algo juntos. Por supuesto la idea me fascinó. Tres papas y un pelador, “y a trabajar!” me dijo… con mucho gusto acaté la orden.

Pasó dos veces a mi lado, ambas me empujó con sus caderas hacia la mesada. No puede evitar sonreír con tono burlón. Ella, en su picardía quiso repetirlo una tercera vez. Entonces, al verla venir me prepare, en el momento justo, la esquive y en un segundo movimiento la empuje esta vez, con mis caderas. No pude evitarlo, tuve que burlarme.

Fue ese momento la primera vez que me dijo tales palabras.

– ¡Todos los hombres son iguales! – dijo, y no pude evitar reírme – Te tendría que dar una buena bofetada para que aprendas a tratar a una dama! – esta vez su tono era dulce. Pero me daba más gracia.

A ver mi reacción, amaga a modo de juego, darme una bofetada, le tome la mano antes que llegara a mi cara, inmediatamente intentó con la otra mano, repetí la acción de defensa. Entonces trato de zafarse en movimientos sin coordinación. Para evitar que nos fuéramos ambos al suelo, ya que aun me reía y no podía mantenerme con buen equilibrio, en una rápida maniobra lleve sus manos a su espalda, acercándome y presionando mi pecho contra el suyo. Ya no intentó salirse de la situación. Y ahora mis manos no retenían las suyas, eras las suyas amarrando las mías. Solo nos quedamos mirándonos, mientras nuestros dedos jugaban a sus espaldas.

En un cabeceo, y en puntillas de pie, intentó acercar sus labios a los míos. Ya no estábamos riendo. Dí un paso atrás, aun sin soltarla. Lo intentó de nuevo, trate de dar otro paso atrás y me detuvo la pared a mis espaldas, no podía soltarla. Mi cuerpo ya se entregaba totalmente a su deseo, sin piedad anhelaba esos labios. Mi mente me gritaba “¡Estúpido, solo dejate llevar!”. Pero la más fuerte de las partes, temía. Mi alma no soportaba la sola idea de estar viviendo una ilusión.

Toda mi vida supe que soy hijo adoptivo. A veces me he preguntado, basándome en el hecho, que una madre es la primera mujer en el mundo capaz de amar a un hombre por simple hecho de existir en su vida… ¿si mi propia madre me ha abandonado, cómo lograr que otra mujer me ame?

Hay mujeres que no soportan la perdida de un hijo y el brillo de su alma acaba en el instante que muere el hijo. Y hay mujeres que no soportan a los hijos y solo los abandonan. Qué curiosa nuestra especie. Qué peligroso don el del ser humano, elegir entre amar y odiar.

Esa noche no continuó. Al día siguiente nos volvimos a ver, a solas. Charlábamos como de costumbre, solo que ahora nuestras miradas ya no expresaban solo amistad. En sus ojos, podía percibir que ella comenzaba a verme y comprenderme de otra forma. Y había algo más en los míos. Al fin el brillo de mi ser relucía, hacia el exterior. Ella ya lo percibía.

Me senté a su lado, le tome la mano. Ella se levantó y se dirigió hacia la estufa. La seguí. Ella apoyó sus manos empuñadas sobre mi pecho. Agarré sus manos. Intentó soltarse pero sin resistirse a quedarse apretadas con las mías. Entonces, de nuevo, llevé sus manos a su espalda, en un paso quedaron nuestros cuerpos apretados el uno del otro. Los dedos comenzaron a jugar, otra vez. Nuestras miradas, maquinaban los deseos. Y no aguanté más. Solté sus manos, y la abracé con todas mis fuerzas. Nuestros labios, fueron los primeros en encontrarse en la caricia de los besos, luego las lenguas parecían bestias insaciables, tratando de poseer la una a la otra. Los besos hacían el amor, por momentos suave y tiernamente como caricias al alma, y por otros momentos salvajes predadores de la carne. Luego de un momento, solo quedamos abrazándonos. La levanté, sin dejar de abrazarla, y nos llevamos a la habitación. Ella, me detuvo ahí. Nos sentamos en el borde de la cama.

-Esto esta mal – Dijo sollozando. – Vos sos muy chico para mí, no debería sentir esto por vos… pero no quiero parar de sentirlo.

No dije nada, la volví a besar. Y me volvió a abrazar… por un momento.

-¿Por qué no decís nada? Decime algo – dijo ya con lágrimas en los ojos.

-No sé que decir, solo siento… – y no supe qué más responder. Y la volvía besar.

Nos abrazamos aun más fuerte, y nos fuimos recostando. Baje un momento a su vientre, comencé a besar su piel. No quería salir de ahí. Mis dedos seguían el rastro de mis besos… pero, comencé a subir, con mis labios escalaba su piel, hasta llegar a sus labios. De ahí, dirigí mi voz a sus oídos.

-Para vos, soy un hombre sin edad – dije – un hombre que solo quiere disfrutar cada momento en esta vida a tu lado.

Y ella lo dijo… solo dos palabras… solo dos palabras que nunca nadie me había pronunciado.

-Te amo – Dijo susurrando a mi oído, mientras apretaba mi cabeza con ambas manos.

Intenté balbucear algo; ella, me apretó la boca con sus labios, luego me pidió no decir nada casi llorando. En si, por mi parte nada podía decir. En mi, algo cambió en el instante mismo que sus palabras alcanzaron mi alma. Algo nuevo se movía en mi interior. Mi espíritu, se llenó de la riqueza que me entregó a través de su voz. Mi cuerpo nunca había sentido tal fortaleza, que lo fortificaba desde el interior. Los pensamientos de mi mente se tornaron tan puros, como el brillo de nuestras almas. Esa fue mi primera vez, la primera vez que hice el amor. La primera vez, que una mujer me enseñó a ser hombre.

Así pasaron unos meses más, esperando a quedar solos para que nuestras almas se encuentren, para hacer el amor. Hasta llegados esos momentos, nos comunicábamos en miradas, en fortuitos roces, en que la piel parecía rasgarse, al tratar de abrirse paso nuestro amor para alcanzarnos.

En esas noches, cuando al fin de tanto desearnos en el día, estábamos a solas, podíamos estar horas solo abrazados. Charlábamos, sin dejar de que nuestros corazones dejaran de latir al unísono. Qué perfecto ritmo lleva la melodía del amor.

Ella solía mirar el diario todos los días. Por mi parte solo era aficionado a La Mafalda y a los crucigramas. Ese día, en particular, estaba algo irritable. Me quedé observándola un instante. Cada facción de su rostro parecía estreñirse.

-¿Que pasó? – pregunte sin dejar de meditar en ello.

-¡Esos imbéciles! – respondió agresiva e implacable – ¡Deberían matarlos a todos! – Hizo una leve pausa – Otra vez en el diario, otro violador que lo dejan ir…

Por mi parte quedé perplejo. Solo me contuve a encerrarme en mis pensamientos. Ella, siguió hablando, pero yo ya no escuchaba. Algo me punzaba y no era un dolor físico. Aun hoy, tratando de seguir este relato no puedo evitar perderme en esos pensamientos. Qué difícil es teclear sin errar, cuando mi mente se pierde. Ahora soy yo quien hace la pausa.

Entonces, fue ella quien noto mi rostro. Y no dudo en preguntar qué sucedía en mi, en ese momento.

-Vos me pediste que fuera siempre sincero, que nunca te ocultara nada… – alcancé a decir.

En fin…

Trataré de ser fiel a la forma en que se lo conté a ella, y hoy averiguaré si esa parte de mi vida realmente ha pasado. Necesito saberlo. Mi alma, necesita vivir sin cadenas.

En ese entonces, yo tenía unos 10 años de edad. Mi padre ya me había inculcado que todo hombre para ser respetado debe ser siempre trabajador y ganarse su vida a medida de su trabajo. Una tarde, después del mediodía más precisamente, estaba en casa de un hermano mayor, con mis sobrinos y cuñada. Por ser el mayor de los niños, me enviaron a comprar a un mercado, el cual estaba en el barrio vecino. A unas cuadras del negocio, un hombre estaba afuera, reparando, solo, el motor de un auto. Me detuve un instante para mirar, siempre fui muy curioso cuando se trataba de ver a alguien arreglando algo. Me intrigaba mucho el funcionamiento de las cosas. El cómo eran, cómo funcionaban y hasta cómo se reparaban. Admiraba a quienes sabían reparar cosas.

Este hombre, de unos 50 años de edad, pelo canoso al igual que su horrible bigote de antiguo militar. Un tipo robusto de media altura, para ser hombre algo bajo, tal vez 1,60 mts de altura. Me ofreció que fuese su ayudante, a cambio me enseñaría a reparar motores. Del entusiasmo infantil del momento accedí sin pensarlo. Al momento siguiente, fui y dejé el mandado a casa de mi hermano. E inmediatamente volví al lugar del mecánico…

Mejor sigo mañana…

… Dude un instante, cuando me invito a pasar a su casa. Pero, a ver que llevaba un carburador consigo, quería ver como era.

Después de unos 10 minutos. Se paró, dirigiéndose a la puerta me indicaba que lo acompañara a la puerta, creí que salíamos. Antes de llegar a la puerta la cerró, le puso llave y bajó las persianas.

Mejor sigo mañana…

… “No te preocupes, flaquito, está todo bien”, me decía y repetía, mientras me cruzaba un brazo graso y con ese horrible olor a aceite de motor quemado. Con la otra mano me tomó fuertemente de una muñeca. Me obligo a tocarlo… en un principio quede paralizado del miedo… luego de unos segundos intente zafarme, resistirme al menos. Me apretaba mas del cuello y me torcía el brazo hasta dejarme sin fuerzas.

-Si te movés más te va a doler más – dijo – Y si le contás a alguien de esto te voy a encontrar y te va a ir peor… a vos y al que se lo cuentes.

En ese momento me aterré aun más… prefería que me matara… dolía mucho… mi alma y mi cuerpo… mi mente simplemente se había perdido.

No puedo, creí que escribirlo hubiese sido más pasable que decirlo en vos alta, pero no.

Al dejarme ir, finalmente me puso un billete de 5 pesos en el bolsillo.

-Y ya sabes flaquito… si alguien se entera ya vas a ver. Toma esto y quedate calladito.

Ahí comprendí cuanto vale un alma mutilada… solo 5 pesos.

Al salir de ahí, ya de noche, no sabía qué hacer, ni dónde ir. Un recuerdo de unos 2 años atrás me vino.

Mis padres, ambos, trabajaban todo el día. Por mi parte, estaba todo el día en la calle. Por lo general andaba solo. A veces me juntaba con otros chicos de mi edad y alguno que otro mayor, pero siempre terminaba solo, ya que sus juegos no me llamaban mucho la atención. Y a demás mi torpeza natural en mi, era tentación a la burlas. Tampoco quería volver a casa. Allí estaba esa mujer “La gorda histérica”. Una mujer de unos 20 años de edad. Quien era la esposa de uno de mis hermanos mayores. Tenía un hijo de unos 2 años. Me llevaba muy bien con el niño, siempre tuve facilidad para hacer reír a mis sobrinos. Sin embargo no me animaba a verla. En cada ataque de nervios, de su parte, solía usarme de costal liberador de sus frustraciones. AL principio dolía mucho pero después de un tiempo, cuando me acostumbraba, me dolía mas el orgullo. “¿Por qué esa persona que nada le hice me tiene que pegar? Si yo no le hice nada”. A veces me imaginaba a ella confabulando con ese supuesto hermano, quien me odiaba. A todos decía que yo no era su hermano, para el solo era el bastardito. No me extrañaba que su mujer lo ayudara a deshacerse de mi. Tal vez querían ahuyentarme como a un animal a quien golpean para que se aleje. Pero no me rendí.

Cuando, finalmente tuve valor para contarle a mi madre lo que sucedía en su ausencia ella contestó

-¡No mientas! No acuses a las personas por gusto nada mas.

Al otro día, indefectiblemente sucedió lo que ya sabía que iba a pasar.

-¡Por bocón! – me dijo después de una fuerte bofetada.

No me dolió. Me apenaba más el sentirme estúpido, hablando cuando nadie quería escucharme. Desde ese día nunca más conté nada a nadie. Si tenía que llorar me quedaba en algún rinconcito, lo más solo posible, sin que nadie me viera. Luego volvía a casa.

En fin… después de ese recuerdo, solo me quedaba encontrar un rinconcito, lo suficientemente oscuro, para allí resguardar mi sufrimiento.

Después de ese episodio, mi completa forma de ver y sentir el mundo que me rodeaba tanto como el propio mundito mio, se transformó por completo.

Desde siempre, mi cuerpo fue muy delgado, a pesar de ello muy resistente, asi lo hizo la experiencia en mi vida, no solo por haber realizado trabajos pesados, también, por la cantidad de golpes que he recibido… si… Nietzsche, tenía razón, el ser uno mismo es un precio que se paga muy caro. El andar tan solo, ya que así me sentía me hizo demasiado orgulloso, o lo que llaman muy rebelde. Nunca opinaba en nada, solo escuchaba a las personas, pero cuando querían forzarme a hacer algo que no quería o alguien tratara de burlarse, en mi adolescencia me tornaba violento, en especial por las crueles burlas de los hombres. Siempre defendía lo que creía justo… el problema es que nunca venían solos. Siempre con amigos. Aun así nunca lograron que me quedara en el suelo, siempre me levanté.

Por otra parte, mi mente se ha fortalecido mucho, ese respectivo hecho del solitarismo, me la pasaba aprendiendo cosas nuevas, así fuesen en libros o solo escuchando a otras personas. El no ser hábil iniciando conversaciones, me hacia una persona muy silenciosa, mi habilidad se centraba en ser buen oyente.

Por por la principal parte, era mi alma quien proveía constantemente de resistencia a mi cuerpo para pararse una y otra vez. Y darle a mi mente la voluntad de creer, de ir siempre por más.

Pasaron unos mese, desde ese maldito día. Seguía sin olvidar, sin hablar y sin respirar en el mundo social.

Un día de esos, sin más, decidí averiguar si era cierto que mi madre biológica me habría apreciado. Ingenuamente creía que ella solucionaría las dudas. Que me diría que me abandono porque la obligaron, que la vida la obligó.

Así comenzó mi primera aventurita Quijotesca. A pesar de ser muy buenas personas mis padres adoptivos… por un lado por sus trabajos no estaban nunca, por el otro, sentía que ese no era mi lugar, allí no pertenecía, solo estaba por favor de alguien, solo era un paquete que debían cuidar. Así que decí partir a donde ella vivía con mis hermanos menores, a quien no había abandonado. Era una ciudad a unos 40 km. No tenía caballo, así que tomé mi bicicleta. A sancho aun no lo conocía, así que partí solo. Dejé una nota en mi cama, en la que solo indicaba que me iba porque no quería estar en donde no pertenecía. Partí con el sueño de encontrar algún lugar en que mi alma se sintiera querida.

Llevaba un par de horas pedaleando, a manera de suave galope. Finalmente, mis piernas desistieron ante el cansancio. Me detuve y bajé. Sobre la ruta seguían pasando bulliciosos los transeuntes a gran velocidad, en sus carruajes motorizados. Me preguntaba si el apuro era para encontrarse así mismos en el camino. Habré caminado unos 500 metros, y allí, enfrentadas en cada lado de la ruta estaban… dos esfinges; altas como álamos valletanos, su cuerpo color marrón claro como el tronco alámico. Sus extremidades pegadas a sus cuerpos brotando verdes como hojas de primavera; sus cabezas como copas refinadas. Me paré frente a la que tenía de mi lado del camino. Observaba su altura, y como alguna que otra nube transitoria la sobrepasaba.

Antes de que pudiese seguir caminando ambas antigüedades hablaron a la vez.

-Si quieres pasar solo a una pregunta deberás dar respuesta… ¿Cuál es ese lugar en donde el tiempo no alcanza los pasos? – dijeron y callaron.

-No entiendo nada de qué me hablan – dije firme y sin hacerme esperar – y no me interesa… chau!

Intentaron hablar de nuevo. Una voz al costado del camino me llamó la atención. Así que abandoné a esas viejas estiradas.

-¡Che pibe! – dijo el hombre

Un hombre metido en una acequia, de la chacra allí junto. No lo oía bien así que me acerqué, pero muy atento y por si acaso preparado a defenderme, o salir volando según lo requiriese el caso.

Al ya estar más cerca… Oh! ¿Qué ven mis ojos? Con una acorazada en la mano, llamándome y sonriendo con su característica sonrisa… si, era el, al fin el camino me había llevado a la presencia de mi buen amigo… ¡Sancho! Allí estaba él. Como en su buena faena, recordándome siempre en qué caminos ando y a cuáles debo llegar.

Después de contarle a mi buen amigo, en el camino, de donde venía y a dónde iba, este me rogó no tomarme tan a pecho mi joven vida; y que tuviese cuidado con los locos y gigantes en el camino. Así que me despedí de el, y proseguí sin su compañía, pues muy ocupado estaba en su labor y no podía acompañar mi importante empresa.

Finalmente, al anochecer, llegué a destino. Me permitieron estar un par de días ahí. Luego apareció mi madre adoptiva buscándome. Así fue que volví. Noté algo muy curioso. Era una buena madre con sus hijos, solo que yo no era uno de ellos. Así que allí tampoco había nada para mi. Entonces ya sabía lo que era ser, primero abandonado y luego rechazado.

A los 11 años de edad, alguien me dijo en el colegio que tenía buena facilidad para crear oraciones y cuentitos. Y como desde que había aprendido a leer era todo un aficionado a los cuentos del Pajarito Remendado, comencé a crear mis propios munditos. Esos lugares, donde nadie podía lastimarme, donde nadie pudiese lastimarme, ni abandonarme, ni rechazarme, ni decirme lo tonto o torpe que era. Y así viví, escuchando, soportando a todos, sus odios, sus quejas, sus rencores… siempre desde mi oscuro rinconcito. No sabia como ser lo que llaman social, así que solo escuchaba, los observaba; nunca supe decir algo importante, así que nunca nada dije. Y durante 12 años, de mi vida, todo fue así, opacada mi alma en ese oscuro rincón, a veces soñándome Don Quijote, ¡saliendo por el mundo, a buscar a mi Dulce Dulcinea! Otras veces, y tantas habrán sido… saliendo a buscar a ese desgraciado, que en un solo día logro mutilar mi alma y trastornar mi mente, al corromper mi cuerpo. Si, lo busque, sin suerte, demoré tiempo en juntar valor pero lo hice, lo busque. Sin éxito, pues para cuando junte el coraje necesario, ya no existía en esa ciudad. Aun así seguía cuando tenía la oportunidad de averiguar algo. Nunca pensé en matar, aunque debo admitir que a veces me entrenaba muy duro, para golpearlo seriamente. Mi intensión era llevarlo a las autoridades, después de darle una buena dosis de todo mi dolor y odio acumulado solo para el. No me interesaba que muera, ni que otros le desearan la muerte. Solo me atormentaba que por mi culpa, por no hablar cuando debí, ese tipo le halla invalidado el alma a tantos otros. Al saber lo doloroso que es, no es humano dejar que otro lo sufra… no hay rencor, ni odio en el mundo que lo justifique.

Después de esos años, de solo silencio y vacua oscuridad, en mi vida… ella y solo ella… dijo esas dos palabras, que hasta un segundo antes eran una lejana utopía. Y de la nada que en mi pequeño universo se extendía, ella hizo el gran todo.

Hoy, este otoño, ya son casi tres años desde que ella terminó conmigo. En su mundo, en la forma que fue criada, una mujer saliendo con un hombre tan menor, no era aceptable. Cosas de ese tipo infundaron una ridícula celopatía. La relación duró 5 años, y los últimos dos, todo su esfuerzo era volcado a terminar la relación. A pesar de que yo no me rendía, llegó el día en que mi espíritu logro sentirse abatido, luchando por alguien que no quería estar ya conmigo. Me hizo abandonar algunas amistades, abandoné toda posible carrera, cambie de trabajos, y todo lo que ella considerara que podía ser nocivo a su amor. Solo por esas dos palabras. Sin embargo, cuando alguien decide cerrar el paso al amor en su alma… no hay forma de ver brillo en un alma sin pasión.

Pasados dos años. Un día, tratando de sacar su rostro de un recuerdo. Comprendí, a buena hora, que ya nada sentía por ese rostro, por esa persona. Aun sintiéndome muy solo, no la extrañaba. De tantas raras ecuaciones emocionales en mi mente, en ese momento comprendí algo importante. No era a ella a quien extrañaba, no su rostro, ni su presencia. No era la ausencia de esa persona que me indicaba estar solo. Solo comprendí que lo que realmente necesito como ser humano, como individuo… como hombre, es sentir nuevamente esos abrazos, despertar cada día sabiendo que hay alguien en este mundo que realmente quiere amarme así como espera de mí, que la ame.

Ya no es el dolor de un pasado frustrado, el sufrimiento por una madre que no quiso ser madre, en un rechazo y un abandono. No es el dolor por ocultarme de mí mismo tanto tiempo lo que me lleva a sentirme tan solo… es no poder encontrarla… ¡¿Dónde estas Mi dulce Dulcinea, dónde estas hoy, dónde estarás mañana?! ¿En qué cuerpo se abriga tu alma?

Espero entiendan mujeres… que un hombre sincero jamas te pedirá seas perfecta… solo ámalo, que sin ti, el mundo de un hombre es irreal, y acaece el dolor de la soledad. Espero comprendan hombres… que la mujer perfecta es aquella que solo con esas dos palabras se hace tuya ¿qué mayor perfección puedes pedir que el sincero amor de su alma?

Desgraciado de Tanatos por disfrutar viéndome tentado a visitar sus tierras.

Y como todo relato Colorin colorado… aun sonrío, pues mi vida no se ha terminado.

Hello world!

Publicado: julio 8, 2010 en Uncategorized

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